De juicios y prejuicios
Hugo Cuesta
Mayo 2024
Aunque nos cueste reconocerlo, todos, de una u otra forma, emitimos juicios con base en nuestros prejuicios. Partiendo de esta realidad, vale la pena preguntarnos ¿Cuáles son aquellos prejuicios bajo los que juzgamos? Y sobre todo ¿de dónde vienen?
Muchos de ellos se originaron en la familia, en nuestro entorno social, en nuestra educación, y en general en la visión del mundo en que crecimos y vivimos. “Yo soy yo y mis circunstancias” decía Ortega y Gasset. En otras palabras, nuestra percepción de las cosas no siempre es objetiva, y está impregnada de nuestra realidad. Por eso se dice con frecuencia que no vemos las cosas como son, sino como somos.
La realidad es que nuestros prejuicios tienen una gran influencia en nuestra forma de ver y estar en el mundo, y sobre todo a las personas que se cruzan por nuestra vida.
Por eso es importante tomar conciencia de ellos, no solo para identificarlos, sino para entender cómo afectan nuestra percepción de la realidad y de los demás.
Uno de los juicios que hacemos sin apenas darnos cuenta, es el de aventurarnos a juzgar no sólo la bondad o maldad de los actos de las personas sino a las personas mismas.
Al tener prejuicios sobre alguien, lo encasillamos en una forma de ser y todo lo que haga, lo percibimos bajo la óptica de ese concepto que nos creamos de él, sin apenas conocerlo. Al enjuiciar así, podemos estar cometiendo una enorme injusticia con las personas que nos rodean, porque una vez encasillados en una determinada forma de ser, será casi imposible, que a pesar de todas las evidencias en contra de nuestro primer juicio, tengamos la madurez de admitir que nos equivocamos, y que seamos capaces de “reubicar” a la persona en la casilla que realmente le corresponde.
Una cosa es una afirmación de algo evidente: Fulano murió ayer, que es un hecho irrefutable, el tipo está muerto. Y otra cosa es aderezar nuestro relato con nuestro juicio, esto sería: “Pedro atropelló a Juan con dolo cuando cruzaba la calle” Como vemos, aquí al decir, “con dolo” estamos interpretando la intención del homicida. Con este juicio, prácticamente eliminamos la posibilidad de inocencia de Pedro, que pudo haberlo arrollado por accidente.
Este es un ejemplo muy obvio, pero nos sirve para ver la gravedad de un juicio de valor porque aquí juzgamos a una persona contando solamente con la frágil herramienta de nuestra percepción.
Si te pones a pensar un momento, es difícil tratar de interpretar las intenciones de las personas, simplemente porque no conocemos su interior. Muchas veces ni ellos mismos las tienen claras. Lo que podemos percibir solo son los hechos, pero no la intención de quien lo realiza.
Nos guste o no, vamos por la vida cargando con prejuicios, por lo que no siempre interpretamos la realidad como es.
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