Bussiness y Busyness
“Aparentar que se hace no es lo mismo que hacer”, afirmaba Thomas Alva Edison en una entrevista en 1901. La idea se redondeaba sin fisuras: “Sí; el objetivo del trabajo es la producción o el logro; pero para ambos fines debe existir visión, sistema, planeación, inteligencia y propósito; no solamente transpiración”.
Para un hombre famoso por poseer el impresionante récord de 1,093 patentes a su nombre (eso es: casi uno por semana por veinte años), esta afirmación parece contradictoria. Aún al albor del siglo XX, hace más de cien años, la sombra del activismo, completamente distinto al negocio, hacía mella en los hombres de razón.
Business y busyness ¿no son lo mismo? Estas dos palabras, -similares al grado de confusión en el idioma de Shakespeare-, reflejan dos realidades completamente distintas. Se parecen, se confunden; pero no iguales. Por el contrario: su existencia es paradójica. En realidad, son opuestas: el busyness nunca es buen business.
La primera –business- se refiere al negocio (del latín nec-otium, lo opuesto al ocio) y representa una actividad muy loable y casi venerada en nuestro tiempo. Nuestro negocio -o trabajo- puede llegar a convertirse -al menos por muchos años- en nuestro proyecto de vida.
La segunda, - busyness- se refiere al activismo: la actividad frenética, el ajetreo y la carrera de un solo galgo; que a veces se considera una parte esencial del proceso para lograr nuestros objetivos. El estar ocupado se percibe como una condición necesaria e incluso deseable para considerarse un respetable hombre o mujer de negocios. El activismo lleva por caminos peligrosos.
Ocupados… ¿en qué?
La pregunta ofende. ¡Pues en lo que sea! El objeto de la ocupación pareciera ser lo de menos. Lo importante es la cantidad de actividades en el día, sin apenas darnos tiempo para cuestionar su relevancia.
¡Tenemos tanto por hacer! pensamos internamente para justificar una agenda desbordada de actividades y compromisos de toda índole. Tal vez incluso hayamos desarrollado una oscura satisfacción de “No tener tiempo para nada”. Decir “no” es para los débiles.
Con una copa de vino en la mano, dos empresarios se encuentran en el brindis de una reunión de negocios.
¡Hola, Manuel! ¿Cómo has estado?
Muy bien, ¡súper ocupado! no tengo tiempo para nada.
¡Ah!... ¡Me da gusto saber que estás tan bien!
El “estar ocupado” es el nuevo sinónimo de “estar bien”. No es difícil saber a dónde tira esta tendencia, y en dónde acaba un hombre que no sabe más que correr. No como un atleta, que tiene meta y sistema, sino como un maniático, que corre sin saber a dónde, perseguido por fantasmas falsos, rumbo a destinos imaginarios.
El activismo se ha convertido en una medida de valor, sustituyendo al valor mismo de lo que hacemos. Por absurdo que parezca, la actividad misma resulta irrelevante, y lo que importa es la velocidad a la que la realicemos.
No sorprende que el tratar de mantener el paso en esta carrera de la ocupación por la ocupación misma, desemboque de manera natural en un hiperactivismo sin sentido. En una vida estresada, apresurada y angustiada. En un burn out.
La tecnología y medios de que hoy disponemos, (que en teoría nos harían la vida más fácil, al permitirnos ser más eficientes y disponer de más tiempo libre), en realidad se han convertido en una nueva forma de esclavitud y codependencia.
La adicción a las pantallas es tan grave como muchas otras. En niños desde los dos años y en adultos de todas las edades, el acceso a la pantalla puede activar los centros de placer y recompensa, igual que el consumo de nicotina o cocaína, y enviar al cerebro descargas de dopamina, oxitocina; las drogas del placer y la conexión. Para un adicto a las pantallas, el separarse de su aparato por solo unos minutos (ya no digamos horas) puede desatar sentimientos de ira, soledad y ansiedad.
En esa vorágine de actividad, resulta cada vez más difícil priorizar y elegir inteligentemente los proyectos que estén alineados a nuestro negocio o a nuestro proyecto de vida. (Asumiendo que tengamos uno).
Pascal quien afirma que toda la desgracia de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación. Dios nos libre de la tortuosa agonía de no correr todo el día.
Miguel Angel Martí García va más allá en su libro de “la intimidad” y nos propone que “la tendencia natural a moverse, y sobre todo si es con rapidez, no responde siempre a una necesidad, sino más bien a un estilo de vida en el que se identifica vivir con moverse. En el que se asocia el vivir mismo con el estar ocupado”.
Se podrán decir muchas cosas de la época en que nos ha tocado vivir, pero tristemente la calma y el sosiego son estados del alma cada vez menos frecuentes en nuestra vida, en la que somos empujados -tal vez arrastrados- en contra de nuestra voluntad a ocuparnos en lo que sea.
El descanso parece ser, actualmente, sinónimo de pereza. ¡No te quedes ahí sin hacer nada! Es un reclamo casi inmediato de quien nos percibe inactivos. Y a fuerza de no descansar, no pensar, no parar, no comer y no dormir vamos cavando nuestra muy exitosa tumba.
Cada vez resulta más complicado sustraerse a la cantidad de convocatorias urgentes que nos acechan cada día y que saturan nuestra agenda y ahora somos incapaces de identificar cuáles de ellas valen la pena y cuales solo contribuyen a la espiral de hiperactividad en que nos hemos acostumbrados a vivir, sin agregar apenas valor a nuestro proyecto de vida.
Y sin embargo, la introspección sigue siendo la piedra sustantiva de nuestra humanidad. La capacidad de reflexión, autoconciencia, asombro y pensamiento crítico son potencias propias de los seres humanos. Y son estas las potencias a las que voluntariamente renunciamos al elegir el activismo. Cambiamos la reflexión por la reacción; la herencia por un plato de lentejas. El ritmo frenético al que vivimos, nos ha llevado a extremos insospechados. Casi… inhumanos.
Hemos aprendido a evitar -de manera casi automática- cualquier espacio de inactividad, ya que al mínimo espacio de silencio, sacamos el celular para “conectarnos” evitando así - tal vez inconscientemente- a toda costa un encuentro con nosotros mismos que nos confronte con la persona en que nos hemos convertido. Aborrecemos el silencio como aborrecen la luz los murciélagos y vamos saltando de ruido en ruido; lo que sea, con tal de no enfrentarnos al espejo de la soledad.
La rebelión contra el tsunami del activismo empieza por buscar, encontrar y dar valor a los espacios de sosiego. Estos espacios de ninguna manera están reñidos con la acción. Son simplemente momentos que nos permiten hacer una pausa para re orientar nuestra agenda a nuestro proyecto de vida, y así alimentar ese sano balance entre la acción y la contemplación.
De tener la valentía de enfrentarlas, estas pausas nos permitirían identificar las actividades importantes, e incluso encontrar la respuesta a esa incómoda pregunta que no hemos sido capaces de responder: ¿para qué estoy corriendo? y más aún ¿para qué estoy aquí?
El activismo es una trampa que nos engaña al hacernos sentir que tener muchas cosas que hacer nos hace productivos y eficientes y que nuestra vida vale la pena. Pero es eso: una trampa. A fin de cuentas; las cucarachas, las hormigas y las abejas son muy activas y altamente eficientes, pero no son libres. Entre tanto, nos matamos por un negocio que, si muriéramos, nos reemplazaría apenas en un par de días.
Sabemos que en el mundo de los negocios son indispensables la planeación, los estudios de mercado, la definición de estrategias y la definición de objetivos medidores, entre otras cosas. Las empresas operan conforme a su misión, visión y conforme a unos valores y filosofía empresarial. Tal vez valdría la pena preguntarnos cuáles son los indicadores que utilizamos en nuestro proyecto de vida personal.
Angie Morgan, autora del libro Spark: How to lead yourself and others to greater success dice que “la mayoría no tenemos problema en estar ocupados, pero también la mayoría estamos ocupados en las cosas equivocadas” y completa la idea con un tiro por la culata: “es probable que el estar siempre tan ocupado sea el reflejo de una deficiencia en la capacidad de planear, priorizar o delegar.”
Enfocarse en el trabajo valioso e importante y rechazar todo lo demás requiere de una gran disciplina mental; pero todas las decisiones importantes implican la renuncia a sus alternativas. Y sin embargo, seguimos empeñados en querer tener el pastel y comérselo al mismo tiempo.
En el mundo profesional o empresarial, es muy fácil saber cómo va el negocio. Los indicadores son claros y concretos: Estados financieros, ventas, rentabilidad, posicionamiento en el mercado, etcétera. Sin embargo, en el mundo del hiperactivismo, no es tan fácil saber cómo vamos. Nos hemos acostumbrado a vivir con prisa, estresados, volcados en lo urgente y ocupados en cosas que creemos importantes.
Como lo atestigua el “mago de Menlo Park”, el problema no es nuevo, pero sí es creciente ¿Cómo sobrevivir en un mundo hiperocupado? En su libro Busy: How to thrive in a world of too much, Tony Crabbe nos hace reflexionar sobre cómo vivimos en un mundo “infinito” de actividades y proyectos, en donde siempre habrá más correos electrónicos, juntas, citas, cosas que leer, y actividades de las que podemos manejar. También nos recuerda que “somos seres humanos limitados, con una energía y tiempo limitados, y que pretendemos ingenuamente hacerle frente a una cantidad infinita de tareas y proyectos que claramente nos rebasan.”
El hiperactivismo desemboca de manera natural en el síndrome de burn out, que a su vez nos lleva a la pérdida de la salud física, mental o emocional, o a una crisis o desconcierto existencial que nos planta de frente ante las dudas existenciales que no hemos sido capaces de resolver. ¿Quién soy? O ¿Para qué estoy aquí? (Este proceso lo describo a detalle en mi libro La Crisis de la Mitad de la Vida, Editorial Grijalbo 2018.)
Entre más conscientes estemos de la forma en que invertimos nuestro tiempo y energía, será más difícil que nos enfrasquemos en asuntos triviales que nos roben la serenidad que tanto añoramos, y de la que sorprendentemente tanto huimos. Vivimos en medio de una esquizofrenia auto inducida.
Rory Sutherland, - Vice Presidente de Ogilvy Group UK- argumenta en su libro The Wiki Man que aquellos que estamos obsesionados con la productividad y eficiencia, mal entendemos un concepto crucial: “Si dedicamos nuestra vida a eliminar lo que consideramos pérdidas de tiempo, tal vez seamos exitosos en un aspecto, pero al eliminar todo el tiempo muerto eliminaremos también cosas de gran relevancia que solo se engendran en un entorno de sosiego y tranquilidad”. Me refiero al placer de merodear en nuestro mundo interior. Ahí donde podremos encontrarnos con aquello que nos es verdaderamente importante y nos orienta para definir nuestro lugar en el mundo.
Sutherland comparte en su libro varios ejemplos de cómo grandes hombres de la historia han logrado hacer grandes contribuciones, durante sus tiempos de ocio, o menos ocupados. En esos tiempos en los que los hiperactivos consideramos “pérdidas de tiempo”.
En este sentido hay varios autores que hablan de la relevancia del tiempo libre y del ocio - concepto por demás devaluado en nuestro tiempo- al que relacionan con una parte fundamental del proceso creativo del hombre. Josef Pieper lo hace en El Ocio y la Vida Intelectual cuando recuerda que el ocio no es pereza… sino una actitud del alma. Para Pieper, El ocio es la actitud de la percepción receptiva, de la inmersión intuitiva y contemplativa en el ser.
No puedo pensar en ningún artista o premio Nobel que haya concebido sus creaciones con un celular en la mano, un sándwich en la boca y corriendo en la sala de espera para alcanzar un avión. Aunque a veces corramos, somos incapaces de crear, de crecer o de madurar a menos que elijamos la pausa.
La creatividad y la inspiración solo florecen en nuestra intimidad, cuyo portero es el silencio. La meditación, la reflexión y la oración son eficaces aliados cuando de planear la vida se trata.
A lo más que podemos aspirar en medio de la hiperactividad es a ser reactivos y a seguir inmersos en los reclamos urgentes de que vivimos rodeados.
Según Warren Buffet, la diferencia entre las personas exitosas y las realmente exitosas, es que “estas últimas son capaces de decir que no a muchas cosas”. Buffet es un entusiasta promotor de aprender a declinar a las continuas invitaciones y reclamos que recibimos a diario que no agregan valor. Incluso el popular novelista Paulo Coelho suscribe esta forma de pensamiento al afirmar que “Cuando le digas sí a otros (personas o actividades) asegúrate que no estás diciéndote que no a ti mismo”
También en esto, los extremos son peligrosos. El riesgo de decir continuamente que no, es la falta de flexibilidad y el egoísmo que esto puede engendrar. Por eso también es sano meter en la agenda tiempos para los demás en los que podamos aportar valor en sus proyectos. Bob Buford, autor del libro Halftime, from success to significance, decía que él estaba dispuesto a que los frutos de su vida “crecieran en los árboles de los demás”, lo cual no parece una mala apuesta.
Tal vez estas pinceladas de distintos pensadores respecto a la relación entre los negocios y el activismo, nos puedan resultar útiles al planear nuestra agenda y sobre todo para entender que una agenda abarrotada no necesariamente significa un negocio exitoso. Y sobre todo la relevancia de retomar el control de nuestra vida para vivirla acorde a nuestro proyecto personal y que éste se encuentre alineado a nuestra misión, sin perder la batalla con un activismo desaforado que tal vez no nos lleve a donde queramos ir.
Porque al final del día ¿De qué nos sirve ir de prisa, si avanzamos en la dirección equivocada?
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Para conocer el video completo visita el siguiente link: https://www.youtube.com/watch?v=QvESYNOlWrU
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