El ingrediente sobre natural
Es imposible descubrir y vivir nuestra misión confiando solamente en las propias fuerzas. Falta el ingrediente sobrenatural, ese llamado divino que ha estado presente en toda la historia y en cada uno de los corazones humanos.
Somos malos jueces ante el espejo. Las limitaciones propias de nuestra naturaleza humana nos impiden tener una visión clara y objetiva de nosotros mismos y, por lo tanto, de discernir nuestra razón de estar en este mundo.
No podemos adivinar el destino de un barco analizando su madera y sus velas. Éstas sólo nos dan pistas sobre su finalidad: la de navegar; pero no informan sobre su fin trascendente, su rumbo o su destino. Para eso, no debemos preguntar al barco, sino a su capitán.
Con una visión meramente humana sería imposible plantearnos objetivos nobles y sublimes que aparentemente vayan más allá de nuestras capacidades humanas. De haberlo hecho así, Carlo Magno no hubiera conquistado media Europa, ni Juan de Austria a Lepanto, ni Miguel Ángel hubiera decorado el techo de la capilla Sixtina, ya que claramente sus proezas rebasaron sus sueños.
Sin la voz de la conciencia —que es, en última instancia, la voz de Dios— en este proceso nos quedaremos siempre cortos y no lograremos abarcar la dimensión completa de nuestra misión. No podremos ni escudriñar en nuestro corazón las respuestas profundas que buscamos, ni realizar los cambios en nuestra persona que nos impulsen a lograr algunos aspectos de nuestra misión que nunca hubiéramos soñado.
El hecho de que la voz de la conciencia venga de “fuera del hombre” es a lo que Frankl llama la “trascendencia de la conciencia” y, según nos explica, “es lo que nos permite comprender por primera vez al hombre y a su personalidad en un sentido profundo”.
Al leer a Frankl exponer con tal certeza que la conciencia es una instancia que viene de fuera del hombre, que se trata de “una instancia sobrehumana”, no puedo dejar de preguntarme, entonces ¿de quién es esa voz que escuchamos a través de la conciencia? Es por estas y por muchas otras razones, lecturas, conversaciones y experiencias personales, por las que estoy convencido de que la voz de la conciencia es la voz de Dios.
¿Será que al no contar con el ingrediente sobrenatural nos quedamos cortos en nuestro autoconocimiento y por lo tanto en el descubrimiento de nuestra misión? ¿Que nos quedamos —por miedo— en la cumbre inmediatamente inferior a la más alta? De ahí la importancia de no dejar de lado en la búsqueda de nuestra misión el aspecto espiritual y trascendental que ésta debe contener. Para ello es necesario conocer nuestra naturaleza y trascender nuestras propias limitaciones en esta búsqueda, para lo cual es preciso tomar conciencia de ellas, desarrollar una sana humildad y, sobre todo, renunciar a la pretensión orgullosa de creer que podemos solos.
Hay tantas misiones y tantos caminos como personas hay en el mundo. Por lo tanto, es fácil deducir que cada uno tenemos una misión también única e irrepetible, y que el cumplimiento de la misión no se logra a través de un proyecto de vida idéntico para todos.
Sin escuchar la voz de nuestra conciencia será muy difícil discernir e interpretar las señales de la vida a través de las que Dios nos manifiesta sus planes para nosotros.
De ahí la importancia para el hombre de “no limitarse en el descubrimiento de su misión a algunos principios generales que valen para todos. Mientras que cientos de libros de superación proponen fórmulas, atajos y tácticas infalibles para el éxito y la felicidad, yo vengo a decirte lo opuesto: que no hay una sola receta que sirva a todos y que tu búsqueda es una aventura en la que sólo tú puedes embarcarte; tu misión es algo que sólo tú puedes descubrir. En hacerla vida se encuentra la llave de tu felicidad.
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