NO TODAS LAS CRISIS SON IGUALES
Cuando escuchamos la palabra “crisis”, solemos pensar en algo negativo, incontrolable, incluso trágico. Pero lo cierto es que no todas las crisis son iguales. Algunas son visibles, ruidosas, sacudidas por un evento claro: un divorcio, una pérdida, un despido. Otras, en cambio, llegan en silencio, disfrazadas de éxito, de rutina, de comodidad. Son las más peligrosas… y las más profundas.
Hay crisis de agenda: demasiado trabajo, demasiado ruido, poco tiempo para uno mismo. Hay crisis emocionales, cuando lo que antes nos emocionaba hoy nos parece gris. Y luego están las crisis existenciales. Esas que no solo cuestionan lo que haces, sino quién eres.
La crisis de la mitad de la vida —o como me gusta llamarla, el medio tiempo— no necesariamente viene con drama. No hay llanto en la regadera, ni cataclismo familiar. Puede empezar con algo tan sutil como una pregunta que no sabes cómo responder: ¿Esto es todo?
En mi caso, no hubo accidente ni tragedia. Lo que hubo fue un día que parecía perfecto —el cierre de un contrato histórico, la cima de mi carrera— y una ausencia de alegría que me dejó helado. Era como si el alma me estuviera hablando bajito: Hugo, esto ya no te alcanza.
Esa fue mi señal. La tuya puede ser distinta. Quizá un cumpleaños que no celebras con entusiasmo. O el día que tus hijos te preguntan por qué trabajas tanto. O ese momento en el espejo en el que no reconoces al que te mira.
Las crisis no son todas iguales. Algunas son gritos. Otras, susurros. Pero todas traen consigo una posibilidad: cambiar de rumbo, replantear la historia, reconectar con lo que importa de verdad. No esperes que la vida te grite. Aprende a escuchar cuando apenas susurra.
“Las crisis son útiles: hacen que lo imposible sea inevitable.”
— Michel Houellebecq
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