LA TORMENTA NECESARIA

 


Hay momentos en la vida que llegan como tormenta: inesperados, incómodos, a veces devastadores. Pero sin ellos, no creceríamos. La mayoría de nosotros preferiríamos cielos despejados y rutas sin sobresaltos, pero lo cierto es que pocas veces evolucionamos cuando todo va bien. Es en medio del caos donde se revelan las preguntas que más tememos y que más necesitamos hacernos. 

Las crisis –sobre todo las existenciales– son tormentas necesarias. Vienen a remover lo que parecía estable, a sacudir lo que dábamos por hecho, a obligarnos a parar, pensar y sentir. No importa cuánto hayas logrado ni cuán "bien" vaya tu vida: cuando la tormenta llega, no hay currículum, fortuna o estatus que sirva de paraguas. 

Podrías estar celebrando el mayor éxito profesional de tu vida y, al mismo tiempo, preguntarte por dentro: ¿Esto es todo? Así empezó la tormenta para muchos: con una pregunta incómoda, una sensación de vacío, una tristeza que no se explica, una desconexión que antes no existía. Así empezó también para mí. En el momento más alto de mi carrera, las mariposas no llegaron. Y esa ausencia fue más reveladora que cualquier aplauso. 

Pero no todas las tormentas destruyen. Algunas limpian el cielo. Algunas anuncian el cambio de estación. Algunas, incluso, nos traen de vuelta a casa. 

La crisis de la mitad de la vida no es una anomalía. Es una señal. Una oportunidad para dejar de vivir en automático, para hacer un alto voluntario antes de que la vida te lo imponga por la fuerza. Una invitación a diseñar tu segundo tiempo con conciencia, propósito y plenitud. 

Porque la tormenta no llega para destruirte. Llega para despertarte. 

“¿No sabes cuál es tu misión en la vida? 

En ese caso, ya tienes una: descubrir cuál es”. 

-Victor Frankl 

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