¿QUÉ ES UNA CRISIS?

 

La palabra “crisis” suena fuerte. Asusta. Huele a tragedia, a caos, a punto de quiebre. Pero en realidad, una crisis no es el fin del mundo: es el fin de un mundo. Una forma de ver, de vivir, de entenderte. Y también, si tienes el valor de atravesarla, el nacimiento de otro tú. 

La crisis de la mitad de la vida es exactamente eso. Un territorio incierto entre lo que fuiste y lo que podrías llegar a ser. Es esa sacudida que llega cuando todo “debería” estar bien, pero algo adentro no cuadra. No es que estés mal. Es que ya no puedes seguir igual. 

Hay quien piensa que las crisis son un signo de debilidad. Nada más lejos. Una crisis es, en el fondo, una oportunidad para crecer. Para dejar de vivir en automático. Para escuchar las preguntas que has silenciado por años: ¿Estoy feliz? ¿Para qué estoy aquí? ¿Estoy viviendo como quiero o como aprendí que “debía”? 

En mi caso, la crisis no empezó con un fracaso, sino con un triunfo. En medio de un contrato importante -quizás uno de los más importantes y exitosos de mi carrera-, noté que, aunque parecía tenerlo todo, algo me seguía faltando. ¿Hacia dónde más podía ir? No me sentí completo. Me sentí hueco. Y ahí empezó todo. 

Una crisis no llega a pedir permiso. Llega cuando tiene que llegar. Y no se resuelve con una agenda más llena, ni con nuevos juguetes, ni con una escapada de fin de semana. Se resuelve —si es que esa palabra aplica— con valentía. Con silencio. Con humildad. Con la voluntad de mirar hacia adentro. 

La crisis, bien vivida, es una maestra exigente pero generosa. Te desarma para que puedas reconstruirte desde lo verdadero. 

Así que la próxima vez que sientas que algo no encaja, no corras. No tapes. No te distraigas. Quédate ahí un rato. Escucha. 

Tal vez no sea el fin. Tal vez sea el comienzo. 

“Sin crisis no hay mérito. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno.” 

— Albert Einstein 

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